Oh, dulce muchacha de mis oníricos sueños.
Quisiera ser todavía el galante doncel que, desde lejanas
tierras montado en un veloz corcel de azabache color, os visitara en vuestra noble
mansión.
Entonces con dulce voz, acompañándome de ligera mandolina,
cantaros, Oh, señora! dulces romanzas de amor salidas de lo más hondo del
corazón.
I vos, en respuesta a mis románticas trovas, lanzaríais
al viento de la tarde volátiles mensajes, pintados en pergamino, de bellos y
enamorados poemas.
Vuestros apreciados presentes, llevados por blancas palomas,
llegarían a mis manos conducidos por una suave y agradable aura.
Pero, amiga mía, el tiempo pasa y no es en vano. El
corcel hace mucho tiempo se perdió en lejanas praderas. La mandolina, la hube de
empeñar buscando deseos imposibles. Y mi voz, perdió su agradable timbre, y
ahora malsuena gastada y falta de aire.
Miquel Pujol Mur
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